GALLINAS Y CERDOS
CUENTE ¿CON QUIÉN CUENTA?

Afortunados aquellos que tienen alguien
dispuesto a dar la cara por ellos. Haciendo la suma, muchos tienen quien les
aprecie, quien les admire, les acompañe e incluso quien se implique y quien les
quiera. Pero calcule usted otra adición: ¿quien está dispuesto
incondicionalmente a sacarle las castañas del fuego, a comprometerse, a salvarle
de un angustioso apuro, a hacer por usted -incluso a deshoras- lo difícil o lo
más indeseable, lo que ni siquiera usted se molestaría en hacer por usted, a mojarse de verdad por su persona, casi siempre sin siquiera haber tenido
que pedírselo y, habitualmente a cambio de nada?. Si el resultado de esa suma
es superior a cero, considérese del escaso grupo de afortunados, es más,
privilegiados. No se engañe: no todo el monte es orégano. Y bendiga la suerte,
quizá inmerecida –o no-, de contar con ese amigo, hermano, tío, cuñado, padre, novio,
cónyuge, dispuesto por usted a poner su mano en el fuego, perder su tiempo o
incluso … su ojo…
Ciudad de Locros Epicefirios, Magna Grecia, siglo VII antes de Cristo
(actualmente Locri, costa de Calabria, al sur de Italia). Parece ser que, por
aquel entonces, vivió allí un pastor esclavo de nombre Zaleuco que, inspirado
en sueños por la diosa Atenea (según el mito), acabó siendo legislador. Y no
sólo un legislador común, no: su Código
Locrio es hoy considerado el
primer código escrito de leyes de la civilización griega, sus normas han sido
estimadas modelo de orden y buen
gobierno y los habitantes de Locros fueron siempre fieles a su ordenamiento
jurídico y, tan convencidos estaban de las bondades del mismo, que fueron muy reacios a cambiar nada de su
contenido (no en vano, una de las leyes rezaba que aquel que presentase una propuesta de reforma o cambio de
interpretación de una norma ante el Consejo de los Ciudadanos, habría de
hacerlo compareciendo ante ellos con una soga atada al cuello de tal suerte
que, si el Consejo votaba en contra, el proponente sería estrangulado en el
mismo acto).
El Código
Locrio buscaba establecer penas
relacionadas con el género y la causa del delito, que resultaran simbólicas y
ejemplares. Así, se condenaba a muerte al
enfermo que hubiese bebido vino en contra de la prohibición de su médico;
se sacaba un ojo a aquel que lo hubiera
sacado a otro,…
Por otro lado, se contenían prohibiciones como la de iniciar un
juicio entre dos partes si estas no habían intentado antes la reconciliación; la
de vender productos comestibles por personas distintas de sus productores; la
de llorar a los muertos una vez sepultado el cadáver,…
De Zaleuco y su obra quedan testimonios a
través de variadas fuentes, -algunas tan eruditas como Aristóteles o Cicerón-,
que cuentan que aplicó la ley tanto en
casa ajena como en la propia. En cierta ocasión, su propio hijo fue acusado
de adulterio. La pena prevista para tal delito
consistía en cegar ambos ojos al reo. Zaleuco no estaba dispuesto a eximir a su
hijo del cumplimiento de la ley. Sin embargo, considerando que la culpa no era
exclusiva de su vástago, sino que él mismo como padre compartía la
responsabilidad por no haberlo educado adecuadamente, decretó que a su hijo
sólo le sería extraído uno de los ojos. El otro, se lo hizo cegar a sí mismo.
¡FELIZ LUNES Y FELIZ SEMANA!
By M.M.
“La diferencia entre implicarse y comprometerse es como los huevos y el
jamón: la gallina está implicada, el
cerdo está comprometido”.
Martina Navratilova.