lunes, 16 de febrero de 2015




CON LA LENGUA FUERA


Puede usted descubrir la vacuna contra el cáncer, construir el puente más largo del mundo sin puntos de apoyo desafiando a la gravedad, inventar un artefacto para teletransportarse o realizar la hazaña más heróica que humano pueda discurrir y, sin embargo, como algún día trascienda un desliz que cometa o sea jugoso pasto de cotilleo algun asuntillo de su vida privada, acabará usted pasando a la historia y formará parte del imaginario popular por esto último.
¿Qué es usted una reina de Egipto que provocó que temblaran los cimientos del Imperio Romano? Pues pasará usted a la historia como aquella que se bañaba en leche de burra y tuvo affaire con dos famosos.

¿Qué ha sido usted una insigne figura de la historia del siglo XIX, Regente de España, Principe de Vergara, victorioso en mil batallas, defensor de altos valores, respetuoso de la ley como garantía de libertades y freno de abusos y se llamaba usted Baldomero Espartero? Pues su recuerdo y méritos serán borrados de la memoria histórica y sólo se le nombrará asociado a los desarrollados órganos bilaterales de su caballo.

¿Qué se llama usted Gorbachov y es usted Premio Nobel de la Paz por ser el principal artífíce de la Perestroika? 
Pues el mundo le recordará con la imagen de un calvo con una gran mancha con forma de mapa color café en la cabeza.
¿Qué es usted uno de los físicos más importantes del siglo .XX? 
Pues se acordarán más de su lengua que de usted...



Club Princeton (Princetown, Nueva York), 14 de marzo de 1951. El fotógrafo profesional Arthur Sasse, -ya en edad de jubilación-, permanecía apostado con el resto de fotógrafos en la puerta del Club Princeton, ejerciendo el oficio de lo que ha venido llamándose paparazzo, con la confianza de obtener alguna buena fotografía del ilustre científico Albert Einstein, quien se encontraba en el club celebrando su cumpleaños y recibiendo, con ese motivo, el homenaje de un grupo de influyentes personajes del mundo académico.

Trascurrido un tiempo vieron, por fin, salir del edificio al científico y comenzaron ávidos a disparar sus máquinas. A Einstein pronto le saturó la situación, sacando su mal humor a relucir, demostrando su hartazgo imprecando a los fotógrafos a la voz de : "¡Basta ya; ya es suficiente!".

Salía con los Adeloytte, matrimonio que amablemente se había ofrecido a llevar al físico a su casa en Mercer Street, y juntos se introdujeron en el asiento trasero de su vehículo, mientras crecía la cólera e indignación de Einstein. Y fue así cuando, decidido a estropear la instantánea del último fotógrafo que insistía en obtener una postrera buena toma, le obsequió, sin desearlo, con una obra icónica que marcaría la imagen que a todos nos viene a la mente con solo mencionar el nombre del científico. Y ello porque la actitud que adoptó para malograr la foto fue la de abrir sus fauces todo cuanto pudo y extender hacia la cámara una gigantesca y descarada lengua. En ese preciso instante el fotógrafo disparó.

 El campo total de la foto incluía al matrimonio Adeloytte pero Sasse la recortó, dejando en un primer y único plano la descocada faz de Einstein.

Los editores tuvieron en un principio reparos en publicarla pero, finalmente, se decidieron a hacerlo y el éxito de la misma fue rotundo.

El propio Einstein se rindió ante el encanto de la foto y encargó para sí nueve copias de la misma. Una de ellas llegó a ser subastada en 2009 por la nada desdeñable cifra de 74.000 dolares.

En ésta última constaba una dedicatoria del Nobel al periodista Homard Smith que rezaba con el siguiente tenor literal:  “Te gustará este gesto porque está dedicado a toda la humanidad. Un civil puede permitirse cosas que un diplomático no se atrevería a hacer. Tu leal y agradecido oyente, A. Einstein ’53”.

¡FELIZ LUNES Y FELIZ SEMANA!


"Es una cosa bastante repugnante el éxito. Su falsa semejanza con el mérito engaña a los hombres".
Victor Hugo

"Hazme ciento y márrame una: de las noventa y nueve ninguna."

Refrán español 

lunes, 2 de febrero de 2015

HAY UNA CARTA PARA USTED


Hay lugares que, definitivamente, han perdido su esplendor y encanto en los últimos años. Y no me refiero a Marbella, sino a algo mucho más cercano a su domicilio: el buzón de su casa.
¿Recuerdan aquellos años en que comprobar su buzón para recoger los frutos que "el destino" le había hecho llegar estaba CASI siempre revestida de expectación e ilusión contenida ante la posibilidad de recibir alguna maravillosa sorpresa?. Algo así como cuando uno compra un boleto de la primitiva y, después del sorteo, comprueba los resultados siempre con el anhelo de descubrir que la combinación premiada coincida con los números de su apuesta. CASI CASI nunca lo hacen, pero la ilusión se mantiene impertérrita. 

Hoy en día, abrir el buzón es una desagradable tarea que te llena de publicidad, misivas aburridas de las entidades bancarias o facturas varias.

 Decepcionante. 
Definitivamente los buzones ya no son lo que eran. Bueno, salvo para aquellos que deciden alegrarse la vida remitiéndose por correo sorpresas a si mismos...
1898, Forest Hill (Kent. Reino Unido). Un joven de 19 años, de nombre W.Reginald Bray, adquiría un singular libro: un manual que describía detalladamente la normativa reguladora del funcionamiento del sistema de correos vigente, por aquel entonces, en el Reino Unido. El sistema resultaba francamente intrincado; sin embargo, las tarifas establecidas eran bastante módicas y asequibles. Decidido Bray a comprobar si las oficinas postales eran capaces de dar cumplimiento a las curiosas normas establecidas, -la que más le llamaba la atención era aquella que establecía que no era necesario empaquetar ni ensobrar los objetos a enviar-, comenzó su espectacular experimento: durante varios años se dedicó, sin reparo ninguno, a expedir los más peregrinos envíos a través de la Oficina de Correos, teniendo como destinatarios a si mismo, a sus padres y a sus fascinados amigos.
Para no ser excesivamente prolijos, solo mencionaré algunas de las curiosidades remitidas, (siempre sin embalar pero con su correspondiente sello y con la identificación del destinatario en algún punto visible del objeto del envío): una colilla de cigarro; una cebolla; una mata de algas bastante secas; el cráneo de un conejo con la dirección del destinatario escrita a lo largo del hueso nasal; una tubería; un nabo con la dirección del destinatario cuidadosamente tallada en su superficie... Entusiasmado con cada éxito de sus surrealistas pruebas experimentales, Bray experimentaba explosiones de júbilo a la recepción de cada envío.
Dado que las normas establecían la posibilidad de remitir criaturas vivas siempre que tuvieran un tamaño comprendido entre el de una abeja y el de un elefante, Bray puso a prueba la veracidad de dicho criterio remitiendo a Bob, su perro, a su propia casa, que fue recibido en el domicilio en el brevísimo plazo de seis minutos. Queriendo probar al límite la eficacia del Servicio Postal y el cumplimiento de sus normas, concluyó que debería tratar de enviarse a si mismo. Y así lo hizo. Y corría el mes de noviembre de 1903 cuando un funcionario ciclista del Servicio de Correos hizo entrega al padre de Bray de su excéntrico hijo Reginald identificado con la dirección de destino y franqueado con sus correspondientes sellos. Eso sí, a Bray le tocó dar pedales a la bicicleta (existe un formulario oficial fechado en 14 de noviembre de 1903 y rubricado por el responsable de la oficina postal de Forest Hill que atestigua la entrega ciclista de una persona en la dirección postal de la familia Bray así como constancia fotográfica de Mr.Edmund Bray aceptando y firmando la entrega mediante correo certificado en su domicilio por el cartero-ciclista ).

Con la guasa propia de Bray, éste manifestaría en un artículo periodístico la mayor utilidad que había encontrado al Servicio de Correos británico, con el siguiente tenor literal: "...en una noche de mucha niebla no puedes encontrar la casa de un amigo, así que, en lugar de vagar durante horas, te remites por correo y te entregan en unos minutos..."

¡FELIZ LUNES Y FELIZ SEMANA!

"Nadie es más solitario que aquél que nunca ha recibido una carta."
Elías Canetti

"Las cartas son como paquetes que contienen sorpresas."
Doménico Cieri Estrada

"Las mejores cartas de amor de una mujer son las que escribe al hombre que engaña".
Lawrence Durrell