DE MANTEQUILLA
Nunca llueve a gusto de todos. Prohibido estuvo, Código Penal en mano, durante dos años, -quizá entre 1928 y 1930 hace ya casi un siglo-, proferir piropos callejeros. Parece que aquella tormenta estival no duró mas de dos veranos y pasó el delito al baúl de delitos olvidados.
Parece, no obstante, que vuelven estos aguaceros y hay, de nuevo, quien aboga por rescatar piezas del baúl vintage. Devanan sobre la conveniencia de prohibir otra vez -casi cien años después-, los requiebros callejeros y aplicar sanción a todo tipo de ellos, por considerarlos vejatorios y humillantes, silenciando así la boca de espontáneos al volante de un trailer, entre ladrillo y ladrillo, y los galanteos de poetas callejeros.
Parece, no obstante, que vuelven estos aguaceros y hay, de nuevo, quien aboga por rescatar piezas del baúl vintage. Devanan sobre la conveniencia de prohibir otra vez -casi cien años después-, los requiebros callejeros y aplicar sanción a todo tipo de ellos, por considerarlos vejatorios y humillantes, silenciando así la boca de espontáneos al volante de un trailer, entre ladrillo y ladrillo, y los galanteos de poetas callejeros.
Pues, respetuosa con la ley, aprovecho este momento de sol, antes de que empiece a arreciar la tormenta, y les dedico dos, aún legales: quien fuera bizco para verlos dos veces; Dios debe estar distraído, porque los ángeles se le están escapando.
Sin olvidar nunca, claro está, ese famoso y dulce dicho de vayan por la sombra...
España, siglo XVII. Existió un eminente médico. de nombre Gaspar Balaus, que, además de por su pericia profesional, destacó también por sus sobresalientes cualidades en oratoria y por su fluidez lingüística como poeta. Cuando ya no se hallaba en plena juventud fue adquiriendo una curiosa e inaudita monomanía: llegó a la convicción de que, a diferencia de sus pacientes y resto de congéneres, él no estaba hecho de carne y hueso sino de una materia más suave y cremosa: pensaba que estaba hecho de mantequilla.
Esto le acarreó la servidumbre de tener que evitar, o incluso huir, de cualquier fuente de calor que pudiera derretir su delicado cuerpo.
Así, jamás se sentaba cerca de una chimenea u hoguera y caminaba siempre como la gente agraciada: por la sombra.
Y ocurrió que un día esa curiosa y aparentemente inocua paranoia le abocó directamente a la muerte. Era un día de intenso calor y, agobiado Gaspar por el peligro de derretimiento, se tiró de cabeza a un pozo y, haciendo bueno el dicho "salir de Málaga para meterse en Malagón", no se derritió pero se ahogó.
¡FELIZ LUNES, FELIZ SEMANA Y FELIZ VERANO!
"Quien sabe adular sabe calumniar"
Napoleón Bonaparte