¡VENTE PA' HISPANIA, CAESAR!

Es entonces, cuando nosotros tomamos el testigo de esa carrera y queremos que vuelen los días de curso para llegar a las vacaciones estivales; que pasen los años de primaria para llegar a los de bachiller; cumplir los dieciocho para tirarnos el farol con nuestros padres de que, si queremos, nos vamos de casa (no les caerá esa breva) y para comenzar, por fin, la etapa de universidad. Y recién comenzada ésta, empezamos a desear sin tardar que acabe pronto, para tener dinero; y cuando éste llega, porque por fin hemos conseguido un trabajo, deseamos que las jornadas laborales fluyan corriendo, porque ahora lo que escasea es el tiempo libre y, de nuevo, no vemos el momento de que lleguen las ansiadas vacaciones y así, sin darnos cuenta, nos encontramos deseando que por fin llegue ello: la anhelada jubilación.
Toda una vida de prisas para terminar ... en Benidorm.

Y dicen que la experiencia es un grado y que los años aumentan la sabiduría. Y debe ser cierto: al igual que en nuestros tiempos, europeos provectos y ya entraditos en días hacen joviales sus maletas y se vienen para Benidorm y sus generosos centros de la Seguridad Social, asimismo, -mutatis mutandi-, los legionarios romanos ya cercanos a una edad respetable y cansaditos de guerrear, preparaban sus vidulus (los petates de la época) y emigraban para Hispania.
Y concretando más, al igual que Torrevieja y Benidorm constituyen los destinos ideales de los añosos visitantes de hoy en día, también en el tercer decenio antes de Cristo y sucesivos hubo un centro neurálgico vacacional objetivo de peregrinaje de extranjeros mayorcetes que impuso moda y se constituyó en el lugar elegido para disfrutar del bien merecido descanso de todo jubilado y retirado de la época que se preciase.
Los legionarios retirados de las legiones romanas, -especialmente de las gloriosas X Gémina y V Alaudae-, recibían como premio por sus servicios, al licenciarse, terrenos para asentarse en dicho centro vacacional tan en boga.

Dicha colonia tan de moda había de ser bautizada con un nombre que hiciera justicia y mención a todos aquellos jubilosos jubilados que hasta allí habían peregrinado para pasar, dulce y agradablemente, sus últimos y placenteros años. Pero también, había de llevar el sello del César, -que para eso lo era y la modestia no era uno de sus atributos-. Augusta fue, por ello, la mitad de su nombre y el resto no podía ser otro que "de los retirados", que por aquel entonces y en latín se llamaban emeritos. Emerita Augusta o Augusta Emerita, como corrigen los que dicen entender de esto.
Mérida para todos nosotros a día de hoy. Esplendida Mérida de curioso origen fundacional.
¡FELIZ LUNES Y FELIZ SEMANA!
"Se viaja, no para buscar el destino sino para huir de donde se parte".
Miguel de Unamuno
"Todos deseamos llegar a viejos y todos negamos que hayamos llegado".
Quevedo